“Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.'' (Mateo 16:19).
El tema principal de este domingo 21 del Tiempo Ordinario se centra en la autoridad de Dios, que es la fuente última de toda autoridad y la comparte con los gobernantes civiles y eclesiales electos para servir a Su pueblo por el bienestar material y espiritual de Su Reino.
Aunque la autoridad se asocia a menudo con el poder, no son lo mismo. El poder significa la capacidad o habilidad de una persona para ejercer su voluntad, dominio y control sobre otra persona, ejercida por una fuerza externa. Por su parte, la autoridad es el derecho formal y muchas veces legal que ostenta una persona para tomar decisiones y dar órdenes a otras, ejercido por convicción interna e integración, como influencia que afecta el pensamiento y la conducta de las personas. Por lo tanto, alguien con poder puede no ser necesariamente el que tiene autoridad. Sin embargo, alguien con autoridad puede ejercer legítimamente el poder.
En el Antiguo Testamento, toda autoridad se le atribuye a Dios quien la comparte con líderes como Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, los profetas, los sacerdotes, los reyes, etc. En el Nuevo Testamento, Jesús es quien tiene la autoridad para: (1) predicar, (2) perdonar pecados, (3) expulsar demonios y curar enfermedades, (4) interpretar la Ley, y (5) trabajar en sábado. Cuando Jesús ejerce Su autoridad, lo hace a la manera de un siervo para llevar a otros a conocer el poder salvador de Dios.
Dios no quiere que tengamos una relación de Transacción sino de Transformación. Por lo tanto, los discípulos cristianos dinámicos son aquellos que (1) CREEN, (2) CRECEN, (3) SIRVEN, (4) AMAN y (5) GUIAN a otros a Jesús. El tema de hoy nos invita a obedecer la autoridad de Dios, a seguir más de cerca a Jesucristo, a arrepentirnos de nuestros pecados, a ejercer nuestra mayordomía cristiana, a usar nuestro tiempo, tesoro y talentos para amar a Dios sobre todas las cosas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, participando en las obras de misericordia, cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas y glorificar a Dios.
¿Cómo podemos ayudarnos a aceptar y experimentar a Jesucristo como nuestro Salvador personal, entregando toda nuestra vida, rindiendo servicios humildes y amorosos, ejerciendo con prudencia su autoridad?