“Por esta razón les digo que les será quitado a ustedes el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que produzca sus frutos" (Mateo 21:43).
El tema principal de este Domingo 27 del Tiempo Ordinario enfatiza la necesidad de producir buenos frutos para glorificar a Dios y nos advierte sobre el castigo de Dios por nuestra esterilidad espiritual y los malos frutos de ingratitud, maldad y pecado que obligarán a Su justo juicio y castigo por nuestros pecados.
Dios espera buenos frutos de nosotros. Por eso las lecturas de hoy siguen a las de los dos últimos domingos anteriores, utilizan nuevamente el tema de la viña como ejemplo de producir buenos frutos para Dios. Sin embargo, en muchas ocasiones Dios no los encuentra. A pesar de esta fea realidad, Dios continúa concediéndonos gracia sobre gracia, porque tiene confianza en cada uno de nosotros, en nuestra capacidad de dar buenos frutos, desde el momento en que nos abrimos a su gracia. No hay campos demasiado duros o estériles para Dios.
Sin una vida interior sólida no se pueden producir los buenos frutos que Dios tiene derecho a esperar de nosotros. Porque no hay árbol bueno que dé malos frutos, ni hay árbol malo que dé buenos frutos, porque cada árbol se conoce por su fruto (Lucas 6:43). El corazón es bueno cuando está unido a Cristo y sólo entonces produce buenos frutos, frutos de “caridad, alegría, paz, paciencia, bondad, magnanimidad, generosidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, dominio de sí y castidad”. (CCC #1832, Gálatas 5:22-23) Sin santidad personal no podremos dar buenos frutos e incluso dañaremos a otros.
Dios no quiere que tengamos una relación de Transacción sino de Transformación. Por lo tanto, los discípulos cristianos dinámicos son aquellos que (1) CREEN, (2) CRECEN, (3) SIRVEN, (4) AMAN y (5) CONDUCEN a otros a Jesús. El tema de hoy nos invita a producir buenos frutos para Dios en nuestras vidas, a seguir a Jesucristo más de cerca, a arrepentirnos de nuestros pecados, a ejercer nuestra mayordomía cristiana, a usar nuestro tiempo, tesoro y talentos para amar a Dios sobre todo y amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos, participando en las obras de misericordia, para cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas para glorificar a Dios.
¿Cómo podemos ayudarnos unos a otros a arrepentirnos de nuestros pecados, renovar nuestras vidas para producir buenos frutos del Espíritu Santo para glorificar a Dios?