“yo le rogaré al Padre y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes, el Espíritu de la verdad”. (Juan 14:16)
El tema principal de este sexto domingo de Pascua se centra en la predicación apostólica temprana de la Buena Nueva de salvación para todos, y en las promesas de Jesús de enviarnos el Espíritu Santo a nosotros, sus discípulos, como nuestro abogado y compañero. Nosotros, los discípulos, que hemos recibido el mandato de Cristo de predicar el Evangelio hasta los confines del mundo, necesitamos la asistencia del Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, para cumplir la voluntad de Dios. Él es completamente Dios, todopoderoso, eterno, omnisciente, omnipresente, tiene voluntad, vive, puede testificar por nosotros y ayudarnos a dar testimonio de Jesucristo.
La Iglesia enseña que el Espíritu Santo es “Aquel que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo, es verdaderamente Dios. Consustancial al Padre y al Hijo, el Espíritu es inseparable de ellos, tanto en la vida interior de la Trinidad como en su don de amor al mundo. Al adorar a la Santísima Trinidad, dadora de vida, consustancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de personas. Cuando el Padre envía su Palabra, envía siempre su Aliento. En su misión conjunta, el Hijo y el Espíritu Santo son distintos pero inseparables. Ciertamente, es Cristo quien se ve, la imagen visible del Dios invisible, pero es el Espíritu quien lo revela” (CIC #689).
Dios no quiere que tengamos una relación de Transacción sino de Transformación. Por lo tanto, los discípulos cristianos dinámicos son aquellos que (1) CREEN, (2) CRECEN, (3) SIRVEN, (4) AMAN y (5) GUIAN a otros a Jesús. El tema de hoy nos invita a compartir la Buena Nueva de Jesucristo con la asistencia del Espíritu Santo, a imitar y seguir más de cerca a Jesucristo, a arrepentirnos de nuestros pecados, a ejercer nuestra corresponsabilidad cristiana, a usar nuestro tiempo, tesoro y talentos para amar Dios sobre todo y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, participando en las obras de misericordia, para cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas y glorificar a Dios.
¿Cómo podemos confiar más en el Espíritu Santo para continuar la predicación apostólica del Evangelio, quien da sentido y propósito a todo lo que hacemos en el nombre de Jesús?