“En aquellos días, el Señor promulgó estos preceptos para su pueblo en el monte Sinaí, diciendo”. (Exodos 20: 1)
El tema principal de este Tercer Domingo de Cuaresma es mantener nuestra alianza con Dios convirtiéndonos en personas de la Nueva Alianza, amando a Dios sobre todo y a los demás como ama Jesús, manteniendo nuestra Iglesia parroquial y nuestro cuerpo santos, plenamente dedicados al culto divino, manteniendo nuestros corazones limpios, justos, santos y puros como templos del Espíritu Santo.
La Iglesia nos invita a considerar los mandamientos de Dios como su pedido y nuestro acuerdo de una relación especial y personal con él. Dios es el Creador trascendente de todo, cuyos mandamientos no son una carga que nos atrinchere en un laberinto de estancamiento moral. Por el contrario, son dones divinos de un cuidado devoto y una guía llena de gracia para nosotros.
El acuerdo de la alianza o los mandamientos de Dios es siempre una orden dirigida por una persona a otra para fomentar su relación mutua. En cada uno de Sus mandatos, se expresa en voz alta la voluntad amorosa de Dios para con nosotros y la humanidad. Estos mandamientos especiales deben formar la base de nuestro comportamiento como creyentes, seguidores y discípulos de Dios.
La práctica del mandamiento de la alianza profundiza nuestra vida de oración, moral, social y litúrgica, que a menudo se utiliza como estructura básica para nuestro examen de conciencia en el sacramento de la penitencia y la reconciliación, invitado a ser practicado con mayor frecuencia en nuestro camino de Cuaresma. En Sus mandamientos, Dios quiere que lo amemos a Él por encima de todo y nos amemos unos a otros como a nosotros mismos. Solo obedeciendo los amorosos mandamientos de Dios podemos ser salvos.
Dios no quiere que tengamos una relación de Transacción sino de Transformación. Por lo tanto, los discípulos cristianos dinámicos son aquellos que (1) CREEN, (2) CRECEN, (3) SIRVEN, (4) AMAN y (5) LIDERAN a otros a Jesús. El tema de hoy nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados, reflexionar sobre nuestra vocación de discipulado cristiano dinámico para vivir una vida santa para cumplir la voluntad de Dios y obtener nuestra salvación.
¿Cómo podemos apreciarnos unos a otros con dignidad, respeto, mantener nuestro cuerpo como Templo del Espíritu Santo, el Cuerpo de Cristo?